I Metamorfosis de un día La punta de los días se anuncia con risas o con lágrimas. Por la catarata cósmica se precipitan las alegrías acariciando las curvas gigantes de las aguas... ¡unas veces! ¡Otras tantas!: espumas tristes se mezclan con el «verde-azul» del «estrépito-fondo», mientras en la tranquila hondura viven, saltan y brincan: lunas y amaneceres ocasos y albas. II El cielo se ha congelado en azul. Los pájaros son rictus dibujados en el aire. Los vientos se han callado entre tanto, el sol mira torpe y se pregunta qué hace... Parece que los mares los han sujetado los atlantes; ¿Qué ocurre esta tarde?: Por lo visto hasta al ocaso se le ha visto la clámide. I Él no estaba Vivía horizontal: En una línea antes del fin del mundo. A este lado —en éste de acá—, donde está la vida, no quedaba en él sino: el vacío, la negación y ¡mucho frío!
Poemar
Cuaderno de poesía
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La lluvia
El cielo quebrado es ya una ruina de sí lo vemos abandonarse lo vemos surcado de grietas que se bifurcan inexorablemente hacia el vientre de a bóveda de nuestro firmamento sin estrellas lo vemos allá arriba fíjense en las alturas universales de su inmensidad vulnerada viciado de túneles remotos como laberinto de líneas como maraña profusa sobre el hielo infinito verificando irrefutablemente una certera ley de catástrofes lo vemos vemos el óxido en los resortes decrépitos de la vieja estructura celestial iniciando a desmoronar en una lenta degeneración de millones amarillos de minús- culos insectos certificando una confusión de líquidos rotos insis- tiendo de gerundios el ritmo infausto los avatares sombríos de nuestro inextricable destino de aguaceros hemos de verlo sí tras el desgaste y el polvo desgranado en la insuficiencia insostenible en su fatiga original postergado a los presagios inequívocos de la cúpula fracturada que trazada de límites comienza a derramar sus enormes láminas de cristal se desprenden se renuncian se encabalgan en nosotros por la misma inercia de su desastre se incorporan a la noche y al aire y en cada salto hay un suicidio un sopor de nuestro asombro un devolver- nos a la costumbre oscura de hallarnos aquí parados estáticos con- templando la danza de segmentos el cielo salpicado de ausencias esta esdrújula vorágine mayestática que ahora se precipita hacia nosotros abriendo la densa atmósfera como una plancha de metal lo haría en el agua de idéntica forma superficies de vidrio se arrojan al vacío para anunciarnos el inicio unánime de una manifestación inapelable es la lluvia ha comenzado a llover caen las rígidas hojas de vidrio caen unas tras otras como lunas de sal o pañuelos de piedra caen definitivamente en rotundo en absolu- to en los añicos de la integridad malograda en la miseria de nuestras verdades de peregrinos caen sí como palomas de barro como peces de porcelana como ya lo adivinamos en el instante último en el que un acaso desvanece su vigencia de humo para dar entrada al genocidio anunciado a los certeros vaticinios en los que yace la tendencia antigua por la luz fatal cuando el cloruro y el sodio y los ojos cuando las cegueras núbiles y los eclipses terribles cuando por mirar no podíamos creer que esto fuese cierto tan cierto como el olor a salitre en la ropa mojada tan cierto como esta fiesta nefasta de papeles aéreos tan cierto como este crepitar monótono de aves alborozadas en los declives irremi- sibles de la fragilidad maltrecha mientras desiste el empeño del orácu- lo mientras jamás terminaremos de rendirnos a la evidencia de este diluvio de ácidos que prorrumpe en un estrépito incontenido de lluvias finales ah anegando nuestros corazones metropolitanos de cemento húmedo y otoños nublados en los que cae cae el aguacero irresoluto de nuestra mísera condición. y llueve sí está lloviendo sobre la ciudad sus edificios sus avenidas sus pla- zas el inútil entramado de calles vacías llueve sobre la arquitectura de los hombres los escombros de la historia el asfalto saqueado llueve un viento áspero y sucio llueve sobre mojado llueve sí está lloviendo sobre nosotros en tanto un polvo minucioso atraviesa el mercurio y el aire hasta agarrarse a nuestros pechos de congojas hasta filtrarse en las arterias y en las células en esta forma nuestra de ver impasibles el agua y el cristal resbalando por los contornos de nuestras soledades y la boca se nos llena de un mar de cetáceos atragantados y qué y qué sino contemplar con desarraigo esta lluvia llorosa la reiteración congénita los vértigos propios de los espejos la escarcha corriendo en canales por las aceras por los husillos los desagües las alcantarillas que alguna vez creímos inagotables por el mismo útero de podredumbre de esta ciudad agotada y ahogada de reminiscencias de la herencia de un caldo de animales defenestrados de los que sólo nos llega el rumor de los incendios cuando se quiebran los fanales en as reverberaciones putrefac- tas de sus cuerpos sin vida de cadáveres inertes en os rescoldos del lastre pretérito de este fuego sacro de vergüenzas que vomita la historia a nuestras espaldas en el fragor de las chicharras de arcilla perseverando torrencialmente las voluntades horadadas por el miedo lacustre las creencias desarmadas las manos que no abarcan más que un palmo la belleza imposible de un rostro que no conoce los estragos nubíferos de esta niebla de nubes lluviosas porque está lloviendo qué carajo está lloviendo de verdad llueve sobre nosotros y el cielo se nos cae a peda- zos llueve a jirones que estallan al tocar el suelo y que salpican un enjambre de esmeraldas amorfas llueve lo vemos llueve imperturba- ble sobre los que contemplan o que nunca tuvo remedio. la tormenta los designios las desgracias con nombre de mujer la pena legítima el tiempo irrevocable la maleza de vasos rotos que brota bajo los pies este reguero de pedazos desprendidos como señal inequívoca de que fuimos nosotros precisamente nosotros los que miramos al cielo en el remanso inverosímil que precede a la borrasca intuyendo la aritmética mortecina de una imagen que se va desocupando sí lo vemos allá arriba fíjense vemos la concavidad célica poblada de agujeros definitivos la muchedumbre de vidrios delatando el infortunio el chasquido del cris- tal lo vemos sí vemos la anemia urbana los resquicios del hormi- gón las enormes catedrales urdidas en las aguas líquidas vemos los estigmas de los años ácueos las calamidades de la memoria la pulmonía de cuarzos que nos devuelve a nosotros a esta triste encrucijada de ca- lles a esta esquina arreciada por la intimidad del invierno esta alfombra blanca de hielo picado cubriendo de frío y humedad el paisaje derruido las construcciones abatidas que denuncian la profusión de los torrentes aquí mismo acá ahora ciertamente nosotros sin escupir a los charcos acatando el rigor de la intemperie bajo el agua húmeda bajo el cristal quebrado es la lluvia está lloviendo