Y yo me alejé de entre los peregrinos para cantar y llorar como verdaderamente lo hacen aquellos a quienes la vida los puso sobre el corazón del mundo, y entonces oí más claro que nunca el gemido de esa víctima condenada a las vueltas de la tierra. Aún sostenía sobre su cabeza una corona de lau- rel podrido y parecían dirigirse sus nublados ojos hacia lo crepúsculos. Y me apiadé del él y compartimos un bocado como aquel que cansado se estira a la sombra de las estrellas.
Cuaderno de poesía
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